Hoy es cuatro de diciembre en Madrid.
Tú tendrías once años, y seguirías
siendo
una sombra en blanco y negro acurrucada
en la cama,
buscando brazos moteados de pecas y
nuestro calor.
Ahora estarías dormido cerca del
radiador, friolero,
tratando de conciliar el sueño, pero
atento a sus gestos cómplices.
Dispuesto a seguirla, con paso firme,
hasta el fin del mundo.
Yo os estaría observando desde cerca,
amando ese mundo que es sólo vuestro.
Hoy es cuatro de diciembre en Madrid,
y aunque parezca extraño, se echan de
menos tus ladridos,
los gruñidos al quitarte tu hueco en
el sofá, justo entre los dos,
llevándote toda la manta y las
caricias, y su sonrisa.
Me gustaría que la vieses ahora,
infinitamente hermosa,
aunque echándote de menos cada día.
Doliéndole tu nombre,
tu ausencia, tu recuerdo, el botón que
movías cuando te abrazaba
o regresaba a casa.