Tendrías
que haber visto cómo tomamos la plaza y por un instante, todo fue
posible. Hace un año nadie pensaba que este movimiento que nos
envuelve pudiese traer una primavera tan clara. Ni siquiera podíamos
soñar que nuestros hijos nos verían como vemos a nuestros padres:
luchadores de otro mundo posible.
Te
eché de menos a mi lado, aunque siempre supe que estabas cerca.
Quizá más cerca que otras veces, porque compartíamos ideas y
sueños. Siempre me acuerdo de ti en las manifestaciones, gritándole
a la injusticia y combatiendo con palabras lo que ellos defienden con
violencia. En esos momentos siempre te veo como eres, grande a pesar
de tu tamaño, viva a pesar de los inviernos, y caminando a pesar de
las zancadillas.
Gracias
a ti aprendí a regalar claveles un catorce de abril y a recibir
libros por sorpresa, a desayunar café y conversaciones, e incluso a
bailar, aunque sólo lo haga contigo y a escondidas.
Por
eso, cuando me manifiesto, siempre lo hago con la esperanza de que
promulguen una ley para que regreses pronto a casa.
Cuídate
mucho,
Guille.