y traté de recordar tu treinta y siete
y tus maneras.
Aquellos ojos que cambiaban de color si
me mirabas,
o tus suaves reproches porque no me
tomase nada en serio.
Traté de explicarles que para ti el
amor y los silencios
eran sinónimos,
y nunca habías rimado más de tres
veces tus labios con los de nadie.
Que tenías miedo al miedo y amor por
las alturas,
sobre todo cuando éstas venían a
visitarte en sueños.
Incluso les hablé de las pecas que
bañaban tu espalda,
de cómo mirabas de perfil cuando te
enfadabas,
o de aquel gato que tuviste de pequeña.
Sé que eran detalles tan absurdos como
pedirte que te quedaras
después del sexo. Pero había que
intentarlo,
porque cuando me preguntaron por tu
nombre sólo pude responderles
“creo que lloró al cerrar la
puerta”.