Aprendí
a conocerte en círculos porque todos tus rincones tenían el nombre
de otro.
Siempre
se me dio mejor dar rodeos,
y
evitar las telarañas que adornaban tus esquinas.
Andaba
de puntillas por tu vida.
Siempre
había ropa y recuerdos tirados por el suelo,
y
se podían contar las madrugadas de insomnio en tu piel.
Nunca
me atreví a recorrer el pasillo de tus sueños,
en
el que las sonrisas siempre se enganchaban en algún clavo suelto.
Ni
siquiera probé los muelles del sofá que se oxidaban por noches de
sexo y mañanas de lágrimas.
De
haberte besado, creo que habría perdido muchas vidas.