La vi por primera vez en el puente de
Segovia, mirando el vacío con sus grandes ojos marrones, tratando de
entender en la negrura del vacío el misterio de la vida. Me acerqué
con cuidado para que mi presencia no la asustase. Miré la caída de
treinta metros que la mataría en el acto si tenía suerte.
-Allí no encontrarás nada -dije. Ella
me sostuvo la mirada aterrada, como si yo fuese un ladrón que
hubiese entrado en su casa a robar sus tesoros más preciados.- Por
mucho que nos duela, la vida sólo es eso, y esta caída no es una
salvación.
Sus pies vacilaron mientras sus manos
comenzaban a temblar. Ambos sentíamos ahora un frío extraño.
Volvió a otro lado de la barandilla con miedo y me miró llorando.
-Mañana volveré a intentarlo desde la
terraza de mi casa. -me dijo respirando con dificultad.
-Entonces tendrás que darme la
dirección y dejarme un boli para apuntarla.