Es significativo a la par que escalofriantes como convergen estos tres conceptos. Las crisis sociales siempre son vistas negativamente, como si los excesos del progreso nos llevaran a una situación de libertinaje que debe ser atajada con la mano dura de la ultraderecha. No deja de preocupar este hecho, puesto que, salvando las distancias, la victoria de Hitler, o el alzamiento del ejército español contra la legalidad vigente, fueron hechos propinados por una crisis económica, que derivó en una necesidad de cambio social.
Nos presentamos en el día postelectoral con la victoria de aplastante del retroceso. Europa dice no al progreso, a los inmigrantes, al avance de los derechos sociales. Con todo ello se dice que sólo importa el dinero, dando igual que Berlusconi roce la ilegalidad con su dictadura encubierta o que el PP español tenga, como en Inglaterra, la corrupción bajo la alfombra. Entre los recortes a los que nos veremos expuestos, yo empezaría a pensar en una Europa represora y con menos libertades.
A fin de cuentas, Jean-M. Le Pen no se aleja tanto de Musolini, Hitler o Franco.
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