Historia de dos abuelos

Tanto ella como él sabían que las peores tormentas
se desataban con una simple gota.
Quizá por eso le preguntó despacio por sus miedos,
y ella sonrió con la infinita ternura de los mejores besos.

No le fue fácil adaptar sus silencios a su risa,
ni dominar sus horas solitarias entre libros,
a las miles de palabras por minuto que escapaban
de aquellos labios infinitamente rojos.

Ambos sabían de historias que terminan en fracaso,
de platos rotos y lágrimas saladas. Y sin embargo,
decidieron concederse una tregua y ser,
la excepción a todos los amores complicados.

Amaron siempre con mesura y se abrigaron
contra el frío que levantan los finales.
Construyeron un hogar sencillo y eterno,
que acabó, felizmente, tras sesenta años de abrazos.

Encadenados


De esto que te despiertas un día y descubres que las letras tienen vida, y las imágenes grabadas en la retina de un objetivo vuelven a salir de la cámara y ruedan de nuevo.

De esto que 7 es número primo y te da por hacer algo original y encadenar relatos a ciegas. Sale bien y piensas: Será que el arte es la mejor manera de ...



2ª Parte: Me, myself and I 

3ª Parte:

Su cuerpo no reacciona al ruido de mil cristales estallando contra el suelo. Lentamente contempla todo el contenido derramado. Si tan sólo se lo hubiese bebido... A esta hora ella sería una esquela más en un periódico, camino de cualquier lugar que no fuese aquella casa. Lejos de esa prisión, de esa vida que siempre creyó que le pertenecería a otras personas y nunca a ella. Si tan sólo se lo hubiese bebido... Era sencillo, y sin embargo demasiado complejo como para perdurar en el tiempo. El vaso estaba roto. Eso era el presente, se dijo, un cúmulo de cosas rotas esperando en el suelo.

No lo estaba enfocando bien. Bajó de la banqueta y se agarró su cabellera rizada con fuerza, como si tratase de arrancarse una máscara que no la definía. Empezó a dar pasos por la cocina como si allí estuviese la respuesta. Si tan sólo se lo hubiese bebido... Aquella no era la vida soñada, ella no era la persona que siempre había soñado ser. Pero ya no podía aguantar más. No tenía fuerzas para ello. Empezó a vagar por la cocina abstraída por miles de mundos que no eran el suyo: Sueños rotos, recuerdos olvidados, amigos perdidos, errores, accidentes, caminos que pudo coger, amores sencillos... Necesitaba salir de aquello, reinventarse. Ese era el problema, que ella no se podía ir y el vaso no estaba.
Giró en redondo dejándose llevar por el sonido de unas llaves rasgando la puerta. Casi había sorteado todos los trozos de cristal cuando un triángulo trasparente atravesó su planta del pie. Perdió el equilibrio y se cayó contra el suelo. La sangre se mezclaba con el agua, tiñendo los cristales antes de pasar de largo. Miró todo ese líquido. Quizá quedase algo de veneno disuelto. Quizá con eso le bastase para terminar con todo.


5ª Parte: No hay norte