Invierno



Montamos guardia sobre los tejados
de esta ciudad helada, y recordamos cuando éramos
a penas dos niños jugando
a los primeros besos.

Crecíamos despacio, bebiendo la vida
y los días a grandes sorbos,
como dos almas descubriendo
por primera vez el verbo amar.

A pesar de todo seguimos volviendo
a buscar entre estas calles los pasos andados,
y te sigo mirando entre la niebla como en las noches
en las que tu cuerpo era el sudor en los portales.

Es una ciudad ingrata, como todas.
Insensible a las lágrimas de felicidad y miedo.
Una isla perdida donde sólo podremos salvarnos
si recordamos que antes de morir fuimos eternos.

Hoy la nieve congela las aceras y nos mira en silencio,
y yo te abrazo ante la mirada cómplice
de miles de edificios que nos vieron amar y reír,
y hace calor en tus labios a pesar de todo.

Dos idiotas efímeros




-A veces me pregunto si no seremos dos idiotas jugando a no estar solos. -dijo él mirando la ciudad a través del cristal sucio de su coche.

-¿Y que te respondes? -contestó ella, mirando la mano de él suspendida en el volante.

-No lo sé. No nací con todas las respuestas, y cuanto más vivo más preguntas se quedan sin resolver. Puede que en realidad no juguemos, y seamos dos personas que han descubierto el arte de vivir sonriendo. Pero luego, otras veces, me miro al espejo, y te miro, y pienso que somos dos personas estropeadas, que buscan la manera de no romperse del todo.

-Eso es duro, e injusto. Yo nunca intenté no romperme. Sobrevivir es otra manera de no dejar de andar, de seguir siempre hacia adelante, ¿qué importa que en el camino dejemos algunas cicatrices?

Él la miró como siempre hacía cuando ella se ponía seria, y abarcaba en un gesto todos los dolores del mundo. Recordaba la primera vez que hicieron el amor, en aquel mismo coche. La primera vez que rozaron sus cuerpos y el reloj se ralentizó por completo. Recordaba también al policía que les despertó esa mañana, y el café que le quitó el hielo del corazón por primera vez en mucho tiempo. Pero sobre todo, lo que más recordaba era la frase que ella le dijo al despedirse.

-No pretendo que me quieras como si fuese lo más importante de tu vida. No pretendo que me cuides, que me llames todos los días, que tus ojos sólo busquen mis ojos. Y sobre todo no pretendo que siempre me hagas reír. Pero te lo digo en serio, si se te ocurre hacerme llorar, te mato.

Él supuso que se trataba de una metáfora, de una advertencia con vistas a una relación futura. Pero no lo era. No para aquella chica remendada de todos los golpes que le dio la vida. No para aquella mujer frágil que siempre seguiría caminando hacia adelante, no dejando que nada la anclase. Se negaba a ser el juguete de nadie, y quizá por eso, a menudo sufría más de la cuenta.

-¿Te has parado a pensar -dijo él rompiendo el silencio que se había creado- en lo fácil que les resultaría ser felices a otros en nuestra situación?

-Hay distintos grados de felicidad. La tuya es más bien un esfuerzo por complicar lo sencillo, por desmenuzar los placeres hasta que sólo queden espinas. En mi caso, me basta con que mis dos piernas sigan funcionando cuando me toque irme.

-¿Y si no te tuvieses que ir nunca? ¿Si yo fuese el tipo que te conoció aquella noche, simple y llanamente un tío con el que te acostaste en un coche. Un tipo si más fondo que lo que hay debajo de la ropa y sin otra intención que follarte?

-Si así fuese, -dijo ella reflexionando despacio- yo seguiría tratando de sobrevivir en otras camas, y tú, estarías en este coche con otra chica igual de efímera que yo.

Valladolid, a 13 de enero de 2012

                                                                                                               
Pequeña Libertad,

Hoy ha bajado la temperatura y ya combinan a bajo cero mi cuenta y los termómetros. La ciudad está fría y silenciosa, como los días en que esquivábamos a la gente y nos besábamos escondidos en los portales. Puede leerse en los rostros la frustración de futuros cortados de raíz, de presentes turbios y entrevistas de trabajo. Me llegan noticias de mi hermana, que me cuenta que ya no cotizan las quimeras en bolsa, y los sueños han dejado de ser tema de conversación en el café.

Mi padre sigue como siempre. Quizá más flaco y con alguna cana cubriendo sus preocupaciones. A veces le veo en la cocina, a altas horas de la noche, saboreando el café frío del desayuno. En ocasiones me siento en silencio y espero, inútilmente, que lleguen sus lamentos. Pero ya no se queja como antes. Ahora sólo cuenta las facturas una y otra vez, buscando algún céntimo entre los recovecos del sofá. Otras veces le observo desde lejos. Tengo miedo de acercarme y ver la derrota en aquel hombre, la humillación de un sistema injusto que empuja al olvido años de trabajo.

Eres una luchadora, así que no dudo de que sobrevivirás, como yo, a este frío que no entiende de estufas. Y que si tienes un rato te acuerdes de mi. De mis besos a hurtadillas; de las llamadas a media noche cuando toda la ciudad dormía. Me gustaría verte, aunque sé que por muy cerca que estés de mi, siempre será demasiado lejos.

Ayer hablé con tus padres; me invitaron a pastas y mate y me preguntaron por esos escritos que juré publicar alguna vez. Esperan verte pronto, y yo, sólo espero que estés bien.


Cuídate mucho,

Guille.

Anatomía de la tristeza


Anatomía de la tristeza

Nunca me preguntaste por mis silencios cargados
de dudas y miedos, por alguna ilusión ya fracasada
Mis abrazos siempre tarde se convirtieron en rutinas
y tu te conformaste con los besos fríos que olvidaba darte

Hace meses todo era diferente, dijiste que las cosas como
escribir poemas o ver viejas fotos, o hablar, resultaban más fáciles
Parecía sencillo sonreír por todo o escribir tu nombre
y recordar la suerte de un día lluvioso en que me besaste.

Ahora sin embargo se vuelve difícil hablar del insomnio
que reina en mi cama. De las llagas que dejan tus labios.
En cada recuerdo me duelen tus sonrisas y mis silencios
se clavan en las cicatrices que dejó tu ausencia.