La única noche que nos amamos

- Baila conmigo -me dijo mientras dejaba suavemente la copa de vino tinto sobre la mesita cercana al balcón- Esta noche lo merece, puede que sea la única que lo merezca.

Adivinaba en sus ojos aquella mirada triste. Aquellos ojos cansados que nunca decían nada, y lo decían todo. En aquella época no era el tipo más observador, y todavía creía que las heridas se podían curar, y las cicatrices sólo eran una poética manera de decir que alguna vez amamos. Sus pupilas eran un torrente de sensaciones, y yo aparte la vista hacia el cielo negro que amenazaba tormenta. Las calles cobraban un cariz diferente, entre luminoso y gris, entre cansado y espectante, y la ciudad poco a poco se teñía de otros tiempos.


- Sabes que no sé bailar, y odio hacerlo. Además, no encuentro motivos para hacerlo.

- Hazlo porque yo te lo pido. Por que el tiempo está cambiando y el norte no se encuentra en el mismo lugar.


Yo deseaba beber de su cuerpo, de sus labios. Decirle que el mundo se hundía y que poco a poco se agotaban todos los minutos que alguna vez nos dieron tregua. Ella miraba el mundo con los ojos apagados, como si allí no quedase nada que salvarse, y esa noche fuese la única diferencia entre estar muertos o vivos.


- Además, ¿Qué sería de una revolución sin un buen baile? -dijo en un suspiro con la voz quebrada, y pareció entristecerse infinitamente.

Me dio la espalda y abandonó el balcón, haciendo que todo perdiese importancia, y que la lenta muerte que experimentaba el mundo fuese sólo una anécdota curiosa dentro de una rutina demasiado pesada. Puso un disco de música, y en el sonó aquella vieja canción que me recordaba a otros tiempos viejos y hermosos como sólo pueden serlos las cosas que son eternas. Dejó la copa de vino y me dirigió una mirada de esas que no se aprenden. Muchos siglos tendrían que haber pasado para que en una mujer como aquella se refugiase en aquella mirada, que hizo que por un segundo me sintiese perdido. Yo me acerqué despacio, imitando a todos los galanes que alguna vez existieron, y la agarré de la cintura, a la vez que la contemplaba sin prisa.


- Quizá el mundo no sea un lugar tan maravilloso -lamentó.


- Siempre fue el mismo lugar -le dije- pero hubo una vez que los actos como estos lo salvaban. Esa es la diferencia entre el antes y el ahora. Antes importaban las cosas. Ahora... ahora simplemente pasan.


- Entonces, puede que esta noche, mientras todo arde, seamos los únicos capaces de salvarlo.


Me dejé llevar por aquellos pechos firmes, aquellas caderas ligeras, delicadas, y esas manos que me rozaban como si todos los pequeños gestos tuviesen la mayor de las importancias. Yo me sumergí en sus delicadas caricias, y acaricié su piel como la seda más pura, y la desnudé con cuidado, pensando que los peores fracasos alguna vez fueron las mejores historias, pero alguien se empeñó en romper momentos como aquel, en los que entre dos cuerpos sólo distan los besos que faltan por dar.

Puede que al final, tras tanto tiempo viendo caer el mundo, morir lentamente mientras nadie hacía nada por salvarlo, aquellos ojos tristes y esa voz melancólica fuesen lo más cerca que estaba de salvarme. Y, pensándolo bien, puede que aquella noche, la revolución estuviese entre nuestras sábanas.

4 comentarios:

saudade dijo...

'- Además, ¿Qué sería de una revolución sin un buen baile?'
Meencantameencantameencanta
Gracias por todo, siempre

Laura dijo...

En ese instante es donde yo siempre albergo una duda eterna. ¿Es esta la salvación o la perdición?

Nunca se sabe...

Lucina dijo...

me sorprendes (siempre)

un beso

Vértigo dijo...

lo estaba.